VELAS SIN SOMBRAS
Un día cualquiera, el fraile
encargó una tarea para hacer en casa: “Niños: dibujen una carabela”. El pequeño
cumplió lo asignado; se le ocurrió hacerla de una forma que él consideró
completa. Le puso cuanto detalle se le pasó por la cabeza. Se las arregló con
el único instrumento que disponía – un lápiz- para dibujar lo más completo que
pudo aquel boceto. Trazos, tramas, puntos y rayas completaron un barco de estos
que hicieron a los españoles famosos allende los mares y, con el carboncillo
del mismo lápiz, insinuó sombras y volumen en las velas. Lo entregado terminó
pareciéndose mucho a un modelo auténtico.
Resultado: “Mira niño, no es
correcto que tu padre te haga las tareas, estás suspendido, y espero que esto
no se repita”.
Doña Carmen fue al colegio a
suplicar; su hijo no tenía tal padre que lo ayudase: se trataba de un asunto de
habilidad pura y sí era capaz de dibujar, a sus escasos 11 años, de esa manera.
La cosa se arregló por aquella vez, pero Alfonso quedó convencido que hacer las
cosas bien estaba mal.
Hicimos mención a estas pequeñas
historias transcurridas en este colegio madrileño de obvia inclinación
religiosa. ¿Acaso podía en la España de los años 50 existir un centro educativo
que no entrara en esa categoría, fuese público o privado? Tiempos aquellos en
que los términos “punición”
y “prevención” fueron los centrales de las políticas “educativas”. Las
escuelas no eran espacios de formación sino meras cárceles con horario para
formar, a punta de reglazos o cualquier otro castigo humillante, a los
obedientes obreros que necesitaba el “Estado español”, figura única en el
mundo, ya que los países en el siglo XX, bien fuesen monarquías
constitucionales o repúblicas, comenzaron universalmente a dotarse de
constituciones que, al menos en lo formal, aseguraban la convivencia
democrática entre los ciudadanos.
Alfonso no era un niño “normal”,
ni un “buen chico”, de acuerdo con las severas, rígidas y absurdas normas con
las que la sociedad franquista sometía a sus súbitos, ya que, aun no teniendo
rey, la España falangista sólo esperaba obediencia de sus habitantes. Mi amigo
no aprendió, al parecer, la lección de sus instructores, pero sí que no había
espacio para el talento en su país.
Por Pablo Kaplún H con moficaciones a solicitud de Alfonso del Val
Este es el texto 5 sobre Infancia de Antonio, continúa en Utiel: adolescencia en medio de la segregación y acritud religiosa
Para leer el texto completos sin imágenes de Notas sobre Infancia de Alfonso Ir
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